Primer Secretario del Partido popular socialista de México
Compañeros, compañeras, amigos:
Hablaré primero un poco de por qué ser antiimperialistas; de por qué es necesario luchar por la soberanía de América Latina y por su liberación; porque no faltan los que intentan descalificar esta lucha y restarle validez, y la califican de anacrónica; veamos si tienen razón o no, quienes pretenden eso:
El hecho es que el sistema capitalista mundial, a partir de fines del siglo XIX, se integra por dos tipos de países, que vienen a ser como las dos caras de una misma moneda: los países imperialistas y los subordinados o dependientes. Los primeros no podrían existir como grandes potencias sin los segundos, pues extraen de éstos los enormes recursos que les permiten ser lo que son, por medio de la rapiña. Y los segundos no serían eternamente pobres, como lo son, si no fueran saqueados de manera impune, por los primeros.
Porque también es un hecho que los países imperialistas todos son ricos, sin excepción, como Estados Unidos, Japón y los de la Unión Europea; pero ninguno debe su riqueza a fuerzas internas tales como sus propios recursos naturales, su desarrollo científico y tecnológico ni su capacidad de organización, por importantes que sean. Y en general lo son, pero, como dijimos, a nada de eso deben la parte mayor de su riqueza, sino al hecho específico de que despojan a los países dependientes, valiéndose de mecanismos diversos, como las inversiones extranjeras directas, el intercambio comercial injusto, la deuda externa, la llamada propiedad industrial y otros más.
Los países dependientes, en contraste, todos son pobres, unos menos que otros, pero ninguno es rico. No importa cuánto petróleo o gas tengan, cuantas minas de oro y plata, cuánto uranio u otros tipos de riquezas naturales, así sean de las más apreciadas. Tampoco, cuan esforzados y trabajadores sean sus pueblos ni cuánto luchen por desarrollar sus economías. La lógica del sistema capitalista mundial contemporáneo conduce a una conclusión clara: México y los demás países como el nuestro, no pueden prosperar ni sus pueblos pueden lograr el bienestar, por mínimo que sea, en tanto estén subordinados a los imperialistas.
De allí la necesidad de luchar contra el imperialismo y, por tanto, por nuestra liberación nacional y de toda América Latina. Liberarnos del imperialismo implica pasar a ser dueños de nuestro destino; resolver, como mexicanos y latinoamericanos, cómo queremos que sea nuestra sociedad y cómo, sus instituciones; cómo queremos que funcione la economía, sin que nos impongan recetas desde los centros de poder del imperialismo, como el Banco Mundial, el fondo Monetario Internacional y otras instituciones de ese tipo; resolver qué y cómo queremos producir y cómo lo distribuimos; en qué invertimos los excedentes; decidir qué queremos que sea nuestro Estado nacional y qué funciones tenga, sin que tengamos forzosamente que ajustarnos a diseños preconcebidos por intereses que no son neutrales y tampoco son los nuestros, sino de las potencias imperialistas que nos explotan, con Estados Unidos al frente; cómo queremos que sean nuestros regímenes democráticos, de seguro muy diferentes y superiores al modelo que han llamado “democracia representativa”, que es tramposo e inaceptable, puesto que sólo favorece a la más pequeña minoría explotadora del pueblo y, a fin de cuentas, sus usufructuarios ni siquiera respetan las reglas electorales que ellos mismos han fijado. Así consta en los casos de los dos procesos más recientes de Estados Unidos y en varios de los últimos de México.
Liberarse del imperialismo para pasar por primera vez a la calidad de verdaderos Estados libres y soberanos, eso están haciendo hoy mismo nuestros hermanos venezolanos; están avanzando hacia su segunda y definitiva independencia, ganando su derecho a la autodeterminación de manera cabal, recuperando sus riquezas naturales, creando condiciones de bienestar para todo su pueblo, elevando la educación, la salud y la cultura, poniendo todos estos bienes al alcance de las masas populares, antes despojadas de todo.
En ese camino, la Revolución bolivariana, con el presidente Hugo Chávez Frías a la cabeza, ha dado pasos de gran magnitud, y su ejemplo ha sido valioso, porque ha estimulado otras luchas igualmente justas, como la del hermano pueblo boliviano, con Evo Morales como dirigente notable por su capacidad y compromiso con el pueblo; la que se da en Ecuador, donde se acaba de aprobar plebiscitariamente una nueva Constitución, que sienta las bases para avances mayores, y la que se da otra vez en Nicaragua, entre otras. Mucho podría decir de los logros, de los avances de la Revolución bolivariana; de los colosales obstáculos que le impone a cada paso el imperialismo, y de la lucha ardua que día con día libra la revolución para seguir victoriosa, porque conozco el caso y lo sigo con atención, día a día, pero es claro que nuestra estimada compañera de Foro, Eloísa Lagonell, Encargada de Negocios de la Embajada de Venezuela, está mucho más calificada para tratar este tema.
Estimados amigos: estamos en vísperas del bicentenario del inicio de la lucha por la independencia de México, que encabezaran el cura Hidalgo y otras figuras señeras, como el cura Morelos. Los pueblos hermanos de muchos países de América Latina andan también en igual celebración, pues la mayoría cumplimos casi al mismo tiempo doscientos años del estallido de la lucha independentista, y no es una mera casualidad; el hecho es que somos una región con grandes coincidencias en nuestros procesos históricos y culturales.
A propósito del bicentenario, hay que destacar tres cosas: primera, que aquella lucha fue sumamente valiosa y, por tanto, debemos sentirnos legítimamente orgullosos de la generación que la llevó a cabo de manera resuelta y sin vacilaciones. Segunda, que fue victoriosa, puesto que derrotó a la potencia europea que nos sojuzgaba y logró nuestra independencia formal, que no es poca cosa. Y tercera, que sin embargo, siendo una lucha victoriosa, no logró todos sus objetivos –no siempre se alcanzan en cada batalla concreta- pues no consiguió destruir el régimen económico que las potencias coloniales habían impuesto, basado en la concentración de la tierra en manos de una minoría y en una serie de estancos, monopolios y privilegios para las castas dominantes.
Luego de triunfar la lucha independentista, pocas décadas después, nuestros países que apenas habían dejado de ser colonias de España y Portugal, pasaron a semicolonias o neocolonias de Estados Unidos, Inglaterra y otras potencias, en la época del imperialismo económico, que se inició en el último tercio del siglo XIX y predomina hasta hoy, más brutal que nunca.
¿Cómo fue que pasamos de colonias plenas de España y Portugal a semicolonias del moderno imperialismo económico? Fue así: luego de conquistada nuestra independencia formal, nuestras fuerzas productivas empezaron a desarrollarse con grandes dificultades, porque estorbaban su desenvolvimiento las formas atrasadas, de corte feudal, que impuso España, o Portugal, y que no pudieron ser destruidas. Por esta razón, las premisas para el paso a formas capitalistas de producción se fueron creando, pero de manera muy lenta; por eso mismo, nuestros países no se industrializaron de manera impetuosa, como Estados Unidos y la mayor parte de Europa. La industrialización es fruto y característica del modo de producción capitalista, pues era imposible que se diera en la época feudal.
Y estábamos en ese proceso, de lento y dificultoso desarrollo de nuestras fuerzas productivas, creando las premisas para el paso al capitalismo, cuando, allá por el último tercio del siglo XIX, irrumpieron con fuerza las inversiones extranjeras provenientes de Estados Unidos e Inglaterra, sobre todo, países donde el capitalismo se había desarrollado de manera temprana y había dado paso a su fase imperialista de la exportación de capitales. Esa penetración de capitales externos impidió que nuestros países siguieran un proceso autónomo de desarrollo económico y encimó a las antiguas formas de producción, un sistema capitalista dependiente, al que hemos estado sujetos desde entonces; un capitalismo deforme, subordinado, con supervivencias de concentración de la tierra, propias del modo feudal de producción, e incluso con formas de explotación del trabajo que se asemejan a las que imperaban en el esclavismo.
Éste es el drama de América Latina, como diría Lombardo, el destacado pensador marxista y dirigente obrero y revolucionario, que tanto se ocupó en analizar nuestra realidad y plantear caminos hacia el porvenir acordes con esa misma realidad, sin “copia ni calco”, usando la justa expresión de Mariátegui, otro gran revolucionario latinoamericano.
A ese nuestro proceso histórico, a sus peculiaridades, se debe que hoy, luego de dos siglos, tengan completa vigencia las banderas de Bolívar, Hidalgo, Morelos, San Martín, O'Higgins, Sucre, Morazán, Artigas, Martí, Moreno, Tiradentes, Loverture y todos los próceres de la independencia, porque aquella fase de la lucha, que ellos encabezaron, conecta de manera directa con la de hoy, puesto que la independencia política y económica plena todavía no ha sido conseguida por nuestros pueblos, con una sola excepción: Cuba, llamada con justicia el “Primer Territorio Libre de América”. Y porque todos los demás estamos inmersos en la que bien podemos llamar la segunda etapa de la misma batalla, ahora por nuestra segunda y definitiva independencia.
Y una cuestión más que vale la pena reiterar, hablando del bicentenario: así como, hace dos siglos, la lucha independentista estalló por todas partes del subcontinente al mismo tiempo, como si nuestros pueblos y sus dirigentes históricos se hubieran puesto de acuerdo, de igual manera hoy nuestros pueblos han emprendido la movilización por su liberación respecto del imperialismo, otra vez con una simultaneidad que resulta asombrosa.
Lo cierto es que ni entonces ni ahora hubo ni hay acuerdos previos. Lo que sí existieron y existen hoy, son condiciones semejantes aquí y allá, contradicciones que en su esencia son iguales y que, por serlo, maduran al mismo tiempo prácticamente en todo el subcontinente, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
En la fase contemporánea de la liberación de los pueblos de América Latina, hubo, sin embargo, una revolución temprana que también ha jugado un rol: la Revolución Cubana, encabezada por Fidel, por Raúl, por el Ché, que estalló medio siglo antes, y cuyo ejemplo ha sido un faro que ilumina el camino de los otros pueblos hermanos. No porque Cuba exporte su revolución; no lo hace.
Y luego, desde fines del siglo XX, la Revolución bolivariana ha venido a dar un nuevo impulso; no porque Chávez intervenga en la vida interna de otros países, tampoco sucede eso más que en la mente calenturienta de los imperialistas y sus agentes, individuos ignorantes y asustados por la rebelión de los pueblos. Sí, hay simultaneidad, pero esto es por las leyes y tendencias que rigen los procesos históricos; porque nuestra historia común, el ritmo al que se ha desenvuelto, ha hecho que los latinoamericanos nos movamos como si fuésemos un solo pueblo. Corrijo, porque nuestras afinidades son tantas y de tal naturaleza, que determinan de hecho eso, que sí somos un solo pueblo y estamos llamados, por tanto, a construir una comunidad única, estrechamente unida en todos los aspectos, en lo económico, político y cultural, como una gran familia, que eso es lo que somos. Véase la vigencia de los postulados de Simón Bolívar y José Martí, que ya hoy empiezan a materializarse con el ALBA, la Alternativa Bolivariana de las Américas.
Hablaré ahora un poco del tema de Los 5. Brevemente, porque eso lo expondrá con todo conocimiento y autoridad nuestro estimado amigo Carlos Chao, Primer Secretario de la Embajada de Cuba.
Se llaman René, Antonio, Fernando, Gerardo y Ramón. Hace diez años están privados de su libertad en cárceles de Estados Unidos y sujetos a condiciones inhumanas. Son cubanos, latinoamericanos, compatriotas nuestros de la Patria Grande. Jamás han cometido delito alguno; jamás han violado las leyes del país que los apresó y que los ha sujetado a un juicio infame, que viola todas las normas del derecho estadounidense y del derecho internacional. ¿Cómo podemos entender eso?
Sucede que el precio que nos cobran las potencias dominantes de ayer y de hoy, por luchar por nuestra independencia y soberanía, suele ser muy alto; véanse dos casos: a Hidalgo y a Morelos, héroes de la Patria mexicana, los fusiló la autoridad colonial y la Inquisición los maldijo, con saña estremecedora, y los excomulgó. Al primero, luego le cortaron la cabeza, a semejanza de lo que hacen los más terribles delincuentes hoy, con furia contra sus adversarios, lo general son otros criminales, sus colegas. Pero en el caso de Hidalgo, que no era criminal, sino el Padre de la Patria, la saña fue mayor: las autoridades coloniales metieron su cabeza cercenada en una jaula y la colgaron en una esquina de un céntrico edificio público, la Alhóndiga de Granaditas, y allí estuvo por muchos años, pudriéndose a la intemperie, “para escarmiento” de quienes decidan luchar por la libertad, frente a la potencia dominante.
En el fondo, las razones de la injusticia indignante contra René, Antonio, Fernando, Gerardo y Ramón, coinciden con las que movieron a aquel acto brutal contra nuestro libertador. Ellos, los Cinco Héroes cubanos y latinoamericanos, también luchaban por su pueblo, como Hidalgo, en sus propias condiciones. Cumplían la tarea patriótica y humanística de combatir al terrorismo desatado por la mafia de Miami, con el cobijo y patrocinio de las fuerzas más reaccionarias de Estados Unidos, contra Cuba, terrorismo que tantas vidas ha cegado. Para ese fin, vigilaban a los grupos de terroristas y conspiradores que han puesto bombas en hoteles y dinamitado aviones, matando a tantos inocentes.
Ningún otro cargo se les puede hacer, con sustento, porque jamás han cometido falta ni delito alguno. Al contrario, su conducta ha sido y es admirable, como fue la del Ché, pues la voluntad de Los Cinco no han podido quebrantarla aun con la oferta inmoral de que aceptaran el cargo de que estaban haciendo espionaje contra Estados Unidos por encargo de su gobierno, el Gobierno Revolucionario de Cuba, y la promesa de que si lo aceptaban, quedarían libres, de inmediato, al precio de mentir y, con esa mentira facilitar los planes de agresión del imperialismo yanqui contra la Patria de Martí, Fidel y Raúl, nuestra querida Cuba. Los Cinco, claro está que rechazaron semejante ofrecimiento. No son traidores. Son patriotas. Su conducta es heroica. Merecen nuestro reconocimiento. Merecen nuestra solidaridad y todo nuestro apoyo.
[1] Intervención en el Foro Antiimperialista, por la Soberanía Latinoamericana y por la Libertad Inmediata de Los 5 Héroes Cubanos. Oaxaca de Juárez, 4 de octubre de 2008. Edificio Central de Derecho, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
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